<$BlogRSDURL$>

Tuesday, January 13, 2004

BESO CON SANGRE y otros poemas

-a una edecán vestida de vaca
-acero y concreto
-agente de ventas
-beso con sangre
-crónica de un editor anunciado
-de lluvias y mujeres
-eran dos secretarias
-es octubre y estamos viejos
-esa mujer cantaba un blues
-hasta la poesía tiene miedo
-instantáneas
-llueve pero te acostumbras
-los cobijaditos
-los pretenciosos
-maldito desconfiado

++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++



A una edecán vestida de vaca


Reparte pastillas Hall´s en Morelos
y tiene un short vacuno.
Me gustan sus piernas
y su sonrisa.

Supongo que es una
edecán costosa.

Supongo que yo soy
un consumidor barato.


Acero y concreto

No hay más pereza que la de abrir y cerrar
los ojos
bajo el acero y concreto.

Pereza.

Te vuelves de un lado a otro
En tu banca de parque
y nadamás no logras acomodarte.

Pero al menos el acero y el concreto son fríos
y uno puede apretujarse a ellos
si estamos a más de treinta centígrados.

La tarde no pide
demasiado.
Sólo pasarla.

Pasarla.

Dormita un poco, muchacho.
Sigue mi ejemplo.

No llegarás a mucho
pero la pasarás más cómodo.


Agente de ventas

La mujer me aborda en un estacionamiento:
“¿Tiene usted alguna tarjeta de crédito?”
“No”.

Entonces me observa, emocionada.

“¿Le interesaría tramitar
la tarjeta de crédito
Serfin Light?”

Entonces le observo, desconfiado.

“No creo en las tarjetas de crédito”.
“¿Estaría dispuesto a brindarnos la oportunidad
de explicarle nuestras ventajas?”

“Está bien”, gruño.

“¿Ha tramitado antes algún tipo de préstamo?”
“No”.
“¿Nunca?”

“Nunca”.

“¿Cuenta bancaria?”
“Ninguna”.
“¿Y en el extranjero?”

“Nunca”.

“Ni referencias de crédito ni bancarias”, apunta
-y la mujer comienza a sudar-.
“Empresa en la que labora”.

“Ninguna”.

Ella tiende su mano:
“Lo siento, por el momento
no podemos tramitar su petición de crédito”.

“¿Cuál petición?”



Beso con sangre

Una mujer ebria es el peor enemigo
en una noche de sexo entre riñas.
Te lo digo yo
-con mis dos orejas mordisqueadas-.

De acuerdo, una mujer ebria
se mueve muy bien
y hasta se olvida de su esposo
y la familia por un rato.

¿Pero vale la pena soportar
un par de mordidas
por eso?

Sí.


Crónica de un editor anunciado

Un joven editor llega al curso de periodismo
acomodando su casco de motociclista en una banca
al
lado.

Le vimos todos pero parece no preocuparnos
cuando el señor-instructor-maestro que Conarte ha conseguido
se parece más a
Carlos Marx
que a un periodista perseguido.

Nos vamos y apenas abordamos el auto
cuando el joven editor se nos acerca presuroso
“¿Me dan un raid?
Es que mi amigo no regresó
con su moto”.

El joven editor sube
y se sienta
a un lado mío.

Veo su casco.
Todos quieren seguridad
y pocos
-muy pocos-
tienen algo que proteger.


De lluvias y mujeres

Era julio primero.
La dos de la tarde con cincuenta y cuatro minutos.

Y llovía.
Llovía de una manera fastidiosa.

Marqué el teléfono de esa mujer:
“Ayer tuve un sueño. Hace mucho que no soñaba”, le dije.

“¿Y qué soñaste?”
“Te soñé a ti. No sé porqué chingados te soñé a ti”.

“Es porque me amas”.
Apenas dijo esto y le colgué el teléfono.

“A la fregada”, y de nuevo:
“¿Porqué me colgaste? Sabes que odio que la gente me cuelgue”.

“Es que las largas distancias se cortan mucho”.
“No es cierto, no te creo. ¿Sabes qué pienso? Que otra vez estás borracho”.

“A lo mejor eres adivina”.
“¿Entonces sí estás borracho? Gente como tú nunca aprende, ¿verdad?”

Y seguía lloviendo afuera.
Llovía de manera tan fastidiosa que nada era mejor que seguir hablando.

“¿Aprender qué?”
“¿Cómo que aprender qué? Así nunca pasarás de la calle”.

Y seguía siendo julio primero.
Del año dos mil tres, en el sur de Monterrey, Ciudad Mascota.

“Tal vez no quiero pasar de la calle.”
“¿Estás seguro de lo que me estás diciendo? Mañana no recordarás nada”.

“Lo sé”.
“Ahora resulta que lo sabes. ¡Tú no sabes nada!”

“Eso también lo sé”.
Y volví a colgar y corrí a mojarme. Sonó el teléfono y yo seguía afuera.


Eran dos secretarias

Todos escuchábamos el sonido
de las teclas.
Track track
track.

Ellas
acostumbradas a ver nombres y más nombres,
dejando
que todos escucháramos sus voces.

Eran mis días de maestro y
llegaba minutos antes que ellas.

No les veía en todo el día.

Sólo voces
y sonidos

track track
track.

No recuerdo el día en que
por emborracharme en el patio
de mi casa
decidí dejar de ser maestro.

No pensé
en las cosas que dejaba.


Es octubre y estamos viejos

Apenas hoy deja de llover un rato
y nos miramos mutuamente los cuellos.
Esos que hace meses mordíamos hambrientos
y ahora tenemos llenos de sudor por la humedad.

Es octubre y nos sentimos
como si ya estuviéramos viejos.

La banca del parque
estaba mojada cuando nos sentamos
y
no nos preocupamos siquiera
por tallarla con un trapo.

Es octubre y
quizás además de sentirnos como viejos
ya lo estemos en realidad.

Hago una finta de que voy a levantarme
y te planto un beso
justo debajo de la oreja izquierda.
Luego me pongo de pie
camino un par de metros
y me vuelvo a verte.

Pero eres la misma y
seguimos siendo los mismos.


Esa mujer cantaba un blues

Marcos era el cantinero que me hacía cuenta
en esa cantina a dos calles de la Alameda.
Este martes no pudo salir a trabajar
debido a problemas de la vesícula.
Apenas supe de esto y
partí del negocio al Hospital de zona
en Pino Suárez y Juan Ignacio Ramón.

Permanecí afuera.

Un animal callejero,
acostumbrado a ser lamido
por el calor.

Aceptando las caricias glotonas
del sol de Monterrey
-ese mismo sol
al que Alfonso Reyes
escribió un poema que ahora exhiben
en las estaciones del Metro-.

Apenas cayó el día
sobre las montañas
y yo conseguí entrar a
la habitación de Marcos.
El tipo estaba dormido y aproveché
para encender su radio.

En una estación de FM
una mujer cantaba su blues.
“Es linda esa canción”, pensé
mientras regresaba afuera.


Hasta la poesía tiene miedo

Encontré tirado un pedazo de periódico
y allí estaba una foto de la guerra.
Más por hacer algo
que por interesarme
lo recogí
y
ya ves a Joaquín Vicente,
tratando de imaginar el movimiento
de un tanque
en el desierto.

Gritos,
soledades,
tipos muertos por no saber disparar
-ni tener siquiera un motivo
para disparar-,
viudas,
huérfanos,
sed y hambre.

Una explosión.
Un grito con la garganta llena de tierra.

¿Quién rayos dice
que hay poesía en todas partes?



Instantáneas

1
No sé si se trate de la caída.
Si hay tragedias que derrumben a los demás.
Yo me proclamo rebelde a eso.
Soy rebeldía, indeseable, ajeno.


2
Dioses: perros callejeros.
No conozco de otros dioses.
No hay más divinidades para mí que estas caras manchadas de costra.
Anuncios oxidados en las esquinas, envases quebrados.


3
Nunca esperes demasiado, niño.
No seas ingenuo.
¿Es que no conoces el hambre?
Eso es la humanidad, eh.


4
Le pides perdón a la ciudad.
Sólo los asegurados le piden perdón a la ciudad.
No los que están faltos de todo.
Esos no tienen siquiera las ganas de pedir perdón.


5
En algún momento fui a esas fiestas de música electrónica sólo por la cerveza.
No me interesaba ni esa música ni esas personas.
Pero bebía hasta parecer públicamente un loco y los demás me aceptaban eso.
Eran ingenuos. Yo era quien se divertía, quien los aceptaba, sólo por tener cerveza extra.


6
Nunca escuché voces demoníacas ni en mis peores borracheras.
Pero toleraba los golpes y la falta de dinero.
Eso puede ser igualmente infernal.
Quizás yo soy el diablo mayor.


7
Pasé por la escuela. Tropecé en la universidad con los revolucionarios.
Pasé por los eventos culturales. Por la Casa de la Cultura.
Pasé por Alcohólicos Anónimos -y me hice un caso público-.
Pasé por los libros, por las mujeres. Y paso por el panteón todos los días.


Llueve pero te acostumbras

Cuando no hace calor
-un calor, como le llaman,
de perros-,
es el frío,
quizás la lluvia.

Sí.
Llueve pero te acostumbras.
Te acostumbras a todo en Ciudad Mascota.

A fuerza de costumbre las personas
se hicieron a la idea de no correr
para cubrirse de la lluvia.

Un tipo atina
a tapar su mercancía de venta
-cigarros, encendedores, chicles y
pastillas de menta-
con un metro de hule
para mesa.

No hay tristeza ni felicidad.

Te acostumbras.


Los cobijaditos

Los cobijaditos
no tienen idea de lo que es
ir a comer con el Padre Infante.

Y que los de Cáritas te vean con lástima
y miedo.
Con desconfianza.

No saben lo que es
caminar de un extremo a otro
de la ciudad
para encontrar un hilo de agua
y quitarte la mugre de la cara.

De la puta cara.

No han comido
moras en Plaza Fátima
por haberse quedado
sin un pinche peso en la bolsa.

No han entrado al Panteón del Carmen
-detrás de la Normal superior-
para exprimir el jugo de unas mandarinas
verdes
que están a la mitad del pasillo.

Hacer tonta a una sed
que parece no tener fin.

Esto en lugar de comprarse un refresco
o una cerveza.
Mínimo poder entrar a una tienda
y arrojar en tu carrito
una barra de pan Bimbo.

Pero este mundo
la mayoría de sus veces
vale madre
y los cobijaditos hacen lo posible
por seguir
cubiertos.

Sin arriesgarse a que la mínima
corriente de aire
les enferme de una gripe.


Los pretenciosos

“El problema con la mayoría de los poetas
es que son pretenciosos”.
Eso me lo dijo la reportera
de un suplemento cultural.
Y yo no fui capaz de contradecirle
porque tenía
unas lindas piernas
morenas,
musculosas
-de esas que pueden desaparecerte la cabeza
con un chamorro o una
buena patada-.

La entrevista terminó siendo
sólo una tarde más bebiendo
con una mujer.

Una mujer pretenciosa.

No hice comentarios que valieran la pena.
No había necesidad.


Maldito desconfiado

“¿Le duele aquí?”
No.
“¿Y acá?”
Un poco. Desde un principio le dije
que la espalda es
lo que me duele.

"Eres un maldito desconfiado",
decía mi madre.

Y el Dr. Profesionista-exitoso-esposa-rubia
me ha dado un par
de cajas
de Naproxen.

Apenas llegué a la esquina
y se las aventé
a un perro.

"Eres un maldito desconfiado",
decía mi madre.

Al siguiente día
el animal
amaneció muerto.

This page is powered by Blogger. Isn't yours?